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lunes, 22 de agosto de 2011

Dos hombres

Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto semiprivado del hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones.  Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación.

El otro tenia que permanecer acostado, de espaldas todo el tiempo. Conversaban incesantemente todo el día, y día tras día hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, las experiencias vividas durante sus  servicios militares y los sitios visitados durante sus vacaciones.
Todas las tardes, cuando el enfermo ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por ella.

Con el tiempo, el enfermo acostado de espaldas, que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior.
La ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores; era un paisaje con árboles majestuosos y, en la distancia, se divisaba una bella vista de la ciudad.
A medida que el enfermo cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco.

Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital, y aunque no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.  Pasaron los días y las semanas;  y una mañana, al entrar la enfermera para el aseo matutino, se encontró con  el cuerpo sin vida del señor que ocupaba la cama cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente,  durante el sueño.

Con mucha tristeza, avisó para que trasladaran el cuerpo. Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio, y luego de asegurarse de que  estaba cómodo, lo dejó solo.
El señor, con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera  vez. ¡Finalmente tendría la alegría de verlo por si mismo! Se esforzó para asomarse por la ventana... y lo que  vio fue la pared del edificio contiguo.

Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana...

La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente. Ella le dijo ..."Quizás solamente deseaba animarlo a usted"...

Epílogo...

Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros a pesar de  nuestra
propia situación. La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica.
Si deseas sentirte próspero, basta con contar aquello que poseas y que no se puede comprar con el dinero.