Le llamaremos Juan. Está despeinado, descalzo, su camisa agujereada; su pantalón anda en las mismas. Así vistió durante sus casi cuatro años de estudios universitarios. Es brillante... mas, es un tanto callado; se convirtió a Cristo mientras estudiaba. Cerca de la universidad hay una capilla: de gente refinada y económicamente bien acomodada. Tienen deseos de poder llegar a los jóvenes estudiantes, mas, no saben cómo hacerlo.
Un buen día, Juan decide visitar dicha capilla. Entra, descalzo, con su vieja y rota ropa y su cabello despeinado. La reunión ha comenzado; camina por el pasillo en busca de un lugar para sentarse. Como está lleno el salón sacramental, no halla lugar. La gente se ve algo incómoda, mas, nadie se atreve hablar. Juan se acerca al púlpito, mas, no hallando lugar, se sienta en el piso alfombrado (conducta aceptada en la universidad, pero que jamás había ocurrido tal en esta capilla).
¡Hay tensión en el medio ambiente... la gente está incómoda! Ahora el orador observa cómo un bien vestido, anciano y canoso hermano se encamina lentamente hacia Juan. Es un hombre piadoso, culto y refinado.
Mientras camina hacia Juan, la gente piensa dentro de sí: "No podemos culparle por lo que va hacer. Después de todo, no es de esperarse que un anciano reprenda a un joven, y mucho menos, sentado así en el piso."
Tarda en llegar hasta el frente... su bastón va sonando según camina. El silencio es absoluto. Ni siquiera se oye el respirar de los presentes.
Tampoco puede continuar el discursante ante su expectativa de lo que habrá de hacer el anciano.
De momento, observan cómo éste suelta su bastón sobre el piso y con gran dificultad se sienta en el piso junto a Juan con el fin de, junto a éste, participar de la reunión. La emoción no tarda en embargar a todos los presentes. Luego de que el orador logra calmar sus propias emociones, le dice a los presentes: "Lo que yo voy a predicar, tal vez ustedes nunca lo recordarán. Mas, lo que acaban de ver, jamás lo olvidarán. Tengan sumo cuidado de la manera en que viven. "Podría ser que ustedes sean el único "Libro canónico" que algunas personas alcancen a leer."
Un buen día, Juan decide visitar dicha capilla. Entra, descalzo, con su vieja y rota ropa y su cabello despeinado. La reunión ha comenzado; camina por el pasillo en busca de un lugar para sentarse. Como está lleno el salón sacramental, no halla lugar. La gente se ve algo incómoda, mas, nadie se atreve hablar. Juan se acerca al púlpito, mas, no hallando lugar, se sienta en el piso alfombrado (conducta aceptada en la universidad, pero que jamás había ocurrido tal en esta capilla).
¡Hay tensión en el medio ambiente... la gente está incómoda! Ahora el orador observa cómo un bien vestido, anciano y canoso hermano se encamina lentamente hacia Juan. Es un hombre piadoso, culto y refinado.
Mientras camina hacia Juan, la gente piensa dentro de sí: "No podemos culparle por lo que va hacer. Después de todo, no es de esperarse que un anciano reprenda a un joven, y mucho menos, sentado así en el piso."
Tarda en llegar hasta el frente... su bastón va sonando según camina. El silencio es absoluto. Ni siquiera se oye el respirar de los presentes.
Tampoco puede continuar el discursante ante su expectativa de lo que habrá de hacer el anciano.
De momento, observan cómo éste suelta su bastón sobre el piso y con gran dificultad se sienta en el piso junto a Juan con el fin de, junto a éste, participar de la reunión. La emoción no tarda en embargar a todos los presentes. Luego de que el orador logra calmar sus propias emociones, le dice a los presentes: "Lo que yo voy a predicar, tal vez ustedes nunca lo recordarán. Mas, lo que acaban de ver, jamás lo olvidarán. Tengan sumo cuidado de la manera en que viven. "Podría ser que ustedes sean el único "Libro canónico" que algunas personas alcancen a leer."
Adaptación HemisferioSUD