Meditaba en su cuarto de estudio un predicador, buscando una ilustración sobre el amor.
De pronto entró en el cuarto su hijita pequeña, diciendo:
-Papá, siéntame un poco sobre tus rodillas.
-No, hijita, no puedo ahora; estoy muy ocupado -contestó el padre.
-Quisiera sentarme un momento en tus rodillas, súbeme, papá -dijo ella.
El padre no pudo negarse a una súplica tan tierna, y tomó a la niña y la subió a sus rodillas, y dijo:
-Hijita mía, ¿quieres mucho a papá?
-Sí que te quiero -contesta la niña-, te quiero mucho, papá.
-¿Cuánto me quieres, pues? -preguntó el padre.
La niña colocó sus manecitas en las mejillas de su padre, y apretándolas suavemente, contestó con afecto:
-Te quiero con todo mi corazón y con mis dos manos.
Esta respuesta encerraba en pocas palabras lo que debe entenderse por una dedicación completa, y dio al predicador el ejemplo que buscaba.